viernes, 28 de julio de 2006

¡¡ Vaya pedazo de oposición.!!

Estudiaba en el tren tantas veces cuando iba a Madrid que, en el Expreso, cuando ocupaba mi asiento y una vez se cerraba el vagón-cafetería, venía el revisor, que ya me conocía, me llamaba y me dejaba entrar en la cafetería para que me concentrase sólo en el estudio... Oye, me servía muchísimo... Es que eran muchas horas de viaje.


En las oposiciones había una parte clínica, otra epidemiológica y otra administrativa, de leyes y de normas, y en eso no había quién me aventajase. Por ejemplo: la Ley de Bases de la Sanidad de 1986. Había participado en su redacción, por lo tanto me acordaba de los capítulos y de los artículos de esta ley con memoria emocional... Podía por tanto fallar en otros temas, pero tuve suerte, no me puedo quejar en la vida,:la pregunta clínica no fue sobre una enfermedad conocida, de las viejas, de las de manual manoseado por los opositores que llevaban el año entero preparándose en las academias ad hoc .Nos preguntaron por el SIDA y por aquel entonces el síndrome de inmunodeficiencia adquirida no estaba en los libros. Para saber del VIH había que haber leído revistas y publicaciones y ése seguía siendo mi hábito, como siempre... En fin, que fui uno de los veinticinco de aquellos tres mil médicos que aspirábamos a conseguir una plaza de funcionario del Cuerpo nacional de Médicos Inspectores.

Aquellas oposiciones me otorgaron seguridad y me permitieron ver las cosas con una perspectiva diferente. Cuando me eligieron diputado provincial en 1983 había renunciado a mi plaza interina sin pensármelo dos veces. Ahora era más consciente de que, así, podía seguir en política o no seguir y no temer por tu futuro, ni, sobre todo, por el de los tuyos. Quería estar en la política sin condicionantes, es decir, que cuando tuviera que irme, lo hiciera sin más, con mi puesto de trabajo, con mi plaza. Eso me sirvió, por ejemplo, cuando me presenté a la “candidatura renovadora”.Pero esa es ya otra historia.