Gonzalo Flor, mi cura de cabecera.
Nos trajo aires europeos. Traía un pensamiento cristiano, muy basado en la Biblia... Aquello fue para mí una madurez importante. Pasamos del maximalismo de la Teoría de la Liberación, de admirar al Ché, a un pensamiento progresista, pero más europeo. Era democrático, avanzado, postconciliar, al mil por mil, pero moderno.
Lo sorprendente quizás es que él no sólo traía la teoría sino que llevaba encima la práctica, la que había conocido directamente en Italia durante sus seis años de estancia. En ese tiempo, me cuenta Gonzalo Flor, se encuentra con el choque que le supuso ver por las calles de Roma, sin ningún problema, la cartelería comunista con la hoz y el martillo y conocer a jóvenes que acudían a la Iglesia y que militaban sin complejos en la Joven Guardia Roja o en las Juventudes Comunistas. Comprobó entonces que ni eran rojos, ni llevaban cuernos ni rabo. Admiró el sistema democrático y la pluralidad de expresiones, pero constató también la miseria de la política: las corrupciones, las mentiras, los engaños, el desencanto. Seis años dan para ilusionar y para desilusionar, me dijo, y eso mismo lo trasladó al grupo de Burguillos.
Me escandalizaba que Gonzalo nos contara esas historias. Para mí la política no era aquello: las peleas entre los partidos políticos, la lucha por los diferentes intereses... Para mí la política era algo más sublime, más alto... Pero con los años he comprobado que Gonzalo tenía algo de razón, aunque sigo pensando que la política es el verdadero poder que de verdad emana de la ciudadanía.